lunes, 6 de abril de 2009

He was sitting by the swimming pool

Martina y sus amigas se reían mientras se salpicaban entre ellas en la piscina del hotel. Planearon su viaje a Formentera durante meses y al fin había llegado el momento de estar juntas. Se lo estaban pasando tremendamente bien tomando el sol en esas playas y bayandóse en el agua cristalina. Descubrían mercadillos sin parar y compraban artesanias por si acaso, por tener algo típico, paseaban por las estrechas calles de la ciudad y entablaban conversación con cualquiera que se cruzara por su camino y se reían. Estaba siendo el verano de sus vidas. Sentado en el borde de la piscina había un chico moreno que no quitaba los ojos de encima a Martina, Charlize lo llevaba observando desde hacía rato, sintió una punzada de rabia, siempre se fijaban en ella y cuando ésta los rechazaba llegaba el turno de sus amigas. Apartó su mirada antes de que él se diera cuenta de su escrutinio y siguió jugando con sus amigas. Les quedaban pocos días en la isla y querían aprovecharlos al máximo así que al día siguiente alquilarían una lancha y se irían a descubrir calas remotas. Salieron de la piscina y Charlize volvió a fijarse en el chico, que seguía sin dejar de mirar a su amiga, pero ella no se daba cuenta, le importaban lo más mínimo los chicos. Meneó la cabeza con una sonrisa, si ése chico se la quería ligar lo tendría difícil.

domingo, 5 de abril de 2009

I'm paying the price of living life at the limit

Martina miraba láconicamente la lluvia rebotar en los cristales de su ventana, tenía una expresión amargada en su rostro, en sus oidos aun sonaba el eco del portazo que habia dado su hermana unos minutos antes. Ahora estaba sola, en su habitación de paredes blancas y muebles escasos. No siempre había sido así, años atrás las paredes estaban pintadas de verde y cubiertas de fotografías y pósters. Había un columpio en medio de la habitación, en forma de media luna, y un gran armario empotrado, también de color blanco. Se levantó del columpio y abrió la puerta del armario, pocas prendas colgaban de las perchas, casi todas negras, color que contrastaba con el blanco imaculado de la habitación. Cogió una chaqueta de lana negra i se la puso sombre los hombros, un escalofrío le recorrió la espalda. Se volvió a sentar en el columpió mientras con un mando a distancia controlaba el equipo de alta fidelidad que se encontraba en la esquina de su cuarto. Mientras la música le inundaba los tímpanos cerró los ojos y se empezó a balancear. Tarareaba una nana mientras seguía el compás de la música con los pies. Estubo así durante horas hasta que se dió cuenta de que alguien estaba aporreando su puerta. Siempre la mantenía cerrada con cerrojo, instalado por ella misma, ya que le gustaba preservar su intimidad. Abrió y se encontró a Mónica, su hermana, que apoyada en el marco de la puerta le preguntó si iba a cenar.
- Bueno, quizás más tarde, si me apetece - respondió Martina mientras encogía los hombros. Mónica crispó alejada y se alejó hacía la cocina a grandes pasos. Martina volvió a su cuarto y esta vez se tumbó en la cama muerta de cansancio y se quedó dormida. Despertó al día siguiente con el ruido del despertador, otro día empezaba y tenía que levantarse si no queria llegar tarde a clase. Se incorporó con el cuello dolorido y fue a ducharse. Su hermana ya se había ido al trabajo así que volvía a estar sola, como la tarde anterior. El agua resbalaba por su espalda y empezó a lavarse la cabeza muy a su pesar. El pelo se le caía, le faltaban vitaminas y no podía evitarlo, en cada lavado el sumidero se embozaba por su culpa. Lo que antes había sido una envidiada melena negra, lisa y brillante se había convertido en un pelo lacio, sin brillo y que daba lástima. Se enjabonó el cuerpo y tampoco le gustó lo que veía, la piel se le descamaba fácilmente y sus pies estaban llenos de callosidades y durezas. Tiró la esponja con fúria mientras soltaba una palabrota rabiosa. Se fué deslizando por la mampara hasta quedarse sentada en el suelo donde se rodeo el cuerpo con los brazos y empezó a llorar. Se arañaba los brazos y las piernas, pegaba patadas y se lamentaba en voz alta de ser como era. Cuando sus lágrimas se agotaron salió del baño, se vistió y se fue a la universidad.